EL GUARDIÁN DEL CERRO BAÚL

No se puede ubicar de donde sale ese maravillo animal. Sale bramando, dicen algunos; otros dicen que tranquilo corre por las faldas del cerro. Sale de noche, entre el límite de un día y otro día, arrastrando una larga cadena de oro. Es un toro barroso, cuentan. Los más afirman que es dorado, oro puro, como si el sol estuviera correteando por el cerro al filo de la media noche. Nadie dice que es verde o azul, pero podría ser. Aparece y desaparece. Muchos hablan que lo han llegado a ver, pero no es creíble; porque el día que alguien lo vea se a encantar, quedará convertido en piedra; es posible que muchas piedras que hay en ese lugar sean de cristianos que lo vieron retozando con su cadena de oro.
Antes de que el guardián sea un toro, era una enorme serpiente, la que agitaba su tremenda cola golpeando los hielos y las aguas de los ríos y lagunas para que desciendan de las alturas de los valles. Era una criatura propia de las tierras libres, vivía oculta de las miradas de los hombres. Habitaba compartiendo los misterios de la entraña nocturna y salía cuando era necesario para que las aguas lleguen a las tierras sedientas de la costa.

Ahora en el Cerro Baúl merodea un toro con una larga cadena de oro. Así dicen. Nadie lo ha visto. Otros dicen que es una cadena que sirve para aherrojar, oprimir, el espíritu rebelde del Cerro Baúl; que el toro es el guardián que impide que la serpiente salga a la superficie para que el agua baje a los valles a fructificar las tierras. Muchas cosas e historias se cuentan. El hecho real es que aquí me encuentro desde hace muchos años esperando a que salga para adorarlo o  para matarlo.
Victor Arpasi Flores


FRANCISCO, ANTONIO E IGNACIO

Cuenta la gente, desde hace ya mucho tiempo atrás, que tres hombres venidos de lugares extraños visitaron las tierras andinas situadas entre Moquegua y Puno. Uno de ellos llamado Francisco no quiso caminar más y se quedó en el pueblo de Tiquillaca, voy a ser ganadero en estas pampas se dijo y no pensándolo más, se estableció con la gente del lugar. Todos estaban contentos con él. Era un ganadero amable y bondadoso, curaba a los enfermos y ayudaba a los más necesitados, se hizo querer tanto, que todos lo creyeron santo, es por ello que en honor a este gran hombre el pueblo tomó su nombre para después llamarse San Francisco de Tiquillaca y es como se conoce hasta hoy.

De los otros dos hombres uno llamado Antonio se quedó en un lugar llamado Esquilache, zona rica en oro y minerales, voy hacer minero dijo para sí y no queriendo dar un paso atrás se adelantó para ingresar a la ciudad, mientras el otro hombre lo miraba perderse por los peñascos. Antonio conocía el oficio del minero por eso no le fue difícil adaptarse al trabajo diario. Con la gente también se portó bien enseñando las bondades de los hombres como hijos de Dios. Ayudaba a todos, no miraba distingos en nadie, era un hombre sabio y bueno. La gente pensaba que Dios le había mandado a Antonio a enseñar a los hombres a no ser tan codiciosos con el oro de aquel lugar. Por ello, cuando murió Antonio le hicieron una iglesia para recordarlo siempre. Por eso que en aquella iglesia la gente piensa que esta enterrado Antonio, que a los favores de Dios, el lugar fue llamado para la posteridad como San Antonio de Esquilache.

El último de los viajeros se llamaba Ignacio, este hombre era fuerte, en su juventud había sido militar, tenía gran resistencia en el viaje, buscaba un buen lugar donde quedarse, quiero un lugar donde sembrar y cosechar pensaba, y mirando a un lugar y otro, avistó el cerro Chucapaca y se quedó a descansar, no, este sitio es frío, no es bueno para la agricultura, murmuraba para sus adentros. Voy a ir más abajo concluyó. Caminó más adentro y observó una pampa más allá del cerro Cruzani. Allí hay tierras favorables sonrió alegremente. Ignacio había llegado al lugar que deseaba, pero al llegar a la ciudad, la gente no se encontraba en sus casas, solo observó a un niño que pastaba muy cerca sus llamitas y alpacas, con él entabló una a amistad entrañable en esa tarde, pero Ignacio tenía que volver al cerro Chucapaca donde había pernoctado el día anterior, pues se hacía de noche y la oscuridad comenzaba a reinar en la ciudad. Al día siguiente volvió al pueblo y la gente ya se había ido a trabajar, sólo encontró al niño que el día anterior se encontraba con sus llamitas y alpacas. Lo saludó y preguntó por sus padres, el niño no le respondió. Le dio un pan y el niño le dijo gracias. Ignacio le pidió que no contara a nadie del pueblo que se encontró con él, sin embargo el niño, le dijo a su madre que todos los días un hombre blanco con un terno negro baja del cerro Chucapaca y le da regalos y pan. La gente se asustó un poco y subió a la altura del cerro Chucapaca y no encontró nadie. Sin embargo el niño lo miraba sentado mirando la pampa por el cerro Cruzani pero nadie más lo miraba.
 Entonces Ignacio le dijo al oído, si la gente quiere verme que me construya una casa y yo bajaré a encontrame con ellos. Es así como la gente comprendió el milagro con el niño y muy obedientes construyeron una casa donde por primera vez la gente conoció a Ignacio quedándose a vivir con ellos por un tiempo hasta que murió. En la actualidad esa casa es el templo de San Ignacio en el distrito de Ichuña, allí se venera al santo que es el patrón del pueblo y que la gente quiso honrar su memoria nombrando el pueblo como San Ignacio de Ichuña, en la provincia de Sánchez Cerro, departamento y región de Moquegua.

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